jueves, 12 de junio de 2008

Todo lo que tú quieras

La última vez que hablé con la abuela fue con prisa. Aquella tarde no lloré como siempre hacía cuando nos despedíamos. No lloré porque tenía prisa o porque algo me decía que faltaba poco para verla nuevamente y como ya le había pedido a Dios tantas extensiones para compartir con ella, pensaba que no le costaba nada concedérmelo. Faltaba muy poco para que regresara a casa. Le dije que la quería, como siempre le decía, pero la llamada iba a cortarse porque en el garaje del apartamento en el que vivo, no hay señal. Ella me respondió lo que siempre me decía: "Que Dios te dé todo lo que tú quieras, todo lo que tú quieras, todo lo que tú quieras." Tenía la manía de repetir las frases que conseguía decir porque el Altzheimer le había ido acabando poco a poco con el lenguaje y ya no podía nombrar las cosas. En aquel momento pensé que podía ser el último día que hablara con ella, pero no me lo creí y por eso no lloré. Cuando me dijeron semanas después que había muerto, no podía recordar cuándo había sido la última vez que habíamos hablado y para no sentirme mala nieta ni fuera de grupo con todas esas personas que recuerdan epifánicamente los últimos encuentros con los difuntos, no me costó otro remedio que inventarme esto.




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